
Don Pedro I de Castilla(1334-1369), apodado
por sus enemigos como el Cruel y el Justiciero por sus seguidores, salió una
noche a recorrer las calles de Sevilla, aquí podemos encontrar dos versiones
acerca de cual fue el motivo; una de ellas está relacionada con asuntos
amorosos, la otra, nos cuenta que debido a una conversación con el alcalde, Domingo Cerón, el cual afirmaba que en la ciudad no se cometía
ningún delito que quedara sin castigo, el rey quiso comprobarlo de primera
mano.
Cualquiera que fuera el motivo,
caminando el rey en la noche sevillana y embozado en su capa, fue a dar con uno
de los Guzmanes, familia de la nobleza, que apoyaba al hermano bastardo del rey,
Enrique II, en sus aspiraciones al trono, por lo que el choque fue inevitable y
salieron a relucir las espadas.
La habilidad del rey como
espadachín, le permitió deshacerse rápidamente de su enemigo, dejando su cuerpo
sin vida allí mismo en la calle y huyendo en la oscuridad de la noche.
Fue testigo de todo esto una anciana
que con un pequeño candil intentaba ver lo que sucedía, al darse cuenta de que
uno de los caballeros que se batía en duelo había muerto, asustada cerró la
ventana con la mala suerte de que el candil cayó al suelo.
Cuando a la mañana siguiente el Conde de Niebla, Don Tello de
Guzmán, acudió ante el rey reclamando justicia por la
muerte de su hijo, fue tal la presión, que el rey concluyó diciendo que se
encontraría al culpable, y que su cabeza sería colocada en el lugar donde se
había producido la muerte.
Al cabo de unos días de investigaciones, la anciana fue
llevada a declarar por haberse encontrado el candil y ser ella la propietaria,
pero se negó a hablar por miedo a las posibles represalias.
El rey la llevó aparte y le prometió que si contaba
lo que había visto, nada le pasaría, a lo que la anciana, dubitativa al
principio, respondió que si quería conocer al asesino del Guzmán sólo tenía que
mirar por la ventana que ella le señalaba.
Al ir a hacerlo, el rey se dio
cuenta que no era una ventana sino un espejo, en el que se vio reflejado.
Al día siguiente, y para cumplir con
la palabra dada por el rey, un grupo de soldados escoltaban un carro en el que
iba un cajón de madera fuertemente cerrado, en su interior, se encontraba la
cabeza para colocarla en el lugar del homicidio. El cajón se colocó en una
hornacina protegido con una reja para que nadie pudiera acceder a él, dos
soldados harían guardia para que nadie se acercará, con instrucciones de que no
debería ser abierto hasta la muerte del rey.
Años despúes, al morir el rey y abrirse el cajón,
la sorpresa de todos fue mayúscula al encontrar dentro un busto de piedra del propio monarca. Es curioso que urdiera esta estratagema tan ingeniosa para cumplir con lo que había prometido, pero el destino a veces es
caprichoso y cuando el rey Don Pedro murió a manos de su hermano, Enrique II, éste
ordenó que su cabeza fuera cortada, clavada en una pica y paseada por algunas
de las ciudades y castillos que aún eran fieles a su causa.
Justo en frente podemos observar la
ventana desde donde se asomó la anciana, con un candil colgado que recuerda lo
que allí sucedió.
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